Hablemos de Dostoyevski mientras el tiempo marca la hora

El hombre es un misterio.

Fiódor Dostoyevski

Fred Danilo
Por: Fred Danilo Baltodano

Una tarde de sábado tuve el encuentro fortuito con un amigo que había salido de prisión. Minutos atrás había estado reunido con colegas escritores, platicábamos sobre el legado de la obra de Dostoyevski, después de hablar sobre la invasión rusa a Ucrania. El ron de repente tocó fondo cuando la charla se había extendido en ánimos. Por ello salí al bar más cercano. No soy fan del escritor ruso, pero respeto su obra, es decir, no soy fan al realismo (ni ruso, ni norteamericano, ni francés, ni de dónde sea) por razones y exigencias de estéticas como escritor, sin embargo, no soslayo la influencia que ha causado en grandes maestros de la literatura de ayer y hoy: Albert Camus, Philip Roth, Nietzsche, Faulkner, Gide, Hemingway son algunos que ponderan al maestro moscovita. Pues Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, ese joven escritor, ludópata irremediable que se consideraba profeta del azar, conoció los golpes de la muerte, en principio el asesinato de su padre en manos de sus propios siervos, segundo cuando estuvo frente a un pelotón de fusilamiento por pensar contrario al zar, para su suerte todo fue un simulacro. Fiódor conoció la antesala de la muerte. Ese día, en el paredón de fusilamiento la vida cambió para el joven escritor. Nunca más sería el mismo.

Crimen y Castigo, de Fiódor Dostoyevski, uno de los grandes clásicos de la literatura mundial, en Alta Literatura, por Fred Danilo Baltodano
Fyodor Dostoyevsky escritor ruso (1821 – 1881), circa 1870. (Photo de adoc-photos FedorDostoevsky.ru

Me acerqué a la barra y pedí una botella de ron y cigarros con la figura del escritor ruso en la cabeza; pensaba en su tiempo, en las intenciones que atenazó en su obra. El encargado se excusó porque estaban abasteciendo el almacén de ron y debía esperar un poco, dijo y puso una caja de criollos en la madera. Sin más, encendí un criollo después de pagar y me detuve a ver los videos clic que trasmitía una pantalla en un costado del recinto hasta que fui sorprendido por la voz temblorosa del amigo ex convicto. El rostro del amigo había envejecido, conservaba su figura delgada, pero era evidente que el tiempo dentro de la prisión discurrió de forma singular. Ante el encuentro no supe qué decir, él tampoco, recurrimos a las formalidades, luego se apartó a un extremo de la barra y me mostró el puño elevando el dedo pulgar. Fui reciproco.

Años atrás, más de 20 –supongamos que este amigo se llama R– hubiera sido un saludo menos tímido si el pasado de R hubiera sido al menos ordinario a lo que podríamos llamar: amigo que dado los reclamos de la vida diaria lleva años sin dejarse ver. Si R no hubiera cumplido prisión otro amigo no hubiera muerto, en este caso llamémosle A, con quien yo me gradué de bachiller en una escuela militar. R y A fueron los mejores amigos hasta que R decidió quitarle la vida, una noche de miércoles en el traspaso de un barrio de la Habana periférica donde el diseño arquitectónico del desaparecido campo socialista predomina ante el tiempo, donde la oscuridad propició a que R golpeara a su amigo con un extintor en la nuca. A era un sujeto musculoso, nunca fue violento, en realidad ninguno de los dos. Ambos compartían el gusto por las peleas de perros, pero sobre todo eran amigos con los mismos intereses y gustos. Nunca se supo por qué motivos R decidió quitarle la vida a su mejor amigo y como si fuera poco no se conformó con derribarlo; con el golpe del extintor fue más que suficiente, dijeron las lenguas del barrio que dijeron los médicos, para cegar la vida del otro. Después del golpe R sacó sus cuchillos y con ambas manos se ensañó propinándole a su amigo más de 20 cuchilladas. R trabajaba en un matadero de cerdos, A era económico de profesión.

Crimen y Castigo, de Fiódor Dostoyevski, uno de los grandes clásicos de la literatura mundial, en Alta Literatura, por Fred Danilo Baltodano

No son pocos los escritores que reconocen gratitud en la obra de Dostoyevski, sobre todo en la obra “Crimen y castigo”, me dije al ver al amigo asesino como si el destino me incitara con aprehensión. Ante ello me pregunto, qué encontramos en esta obra, qué conjuro nos ha envuelto, generación por generación, cobrando más ímpetu en sí misma. No es acaso este joven ruso, Raskolnikov, el mismo que ultimó la vida de su hermano en las antiguas páginas hebreas, el hacedor de la primera gota de sangre en la tierra: Caín. Raskolnikov nos moderniza el síndrome de Caín, trae la culpa antigua hasta nuestros días. Desvela los demonios internos ultimando al prójimo que como suceso no tiene nada fuera de lo común ante tanta Historia Universal plagada, sobre todo de asesinos de la oficialidad (mandatarios, políticos) y lo clandestino. La tragedia desde el principio nos ha marcado. Y es hacia ella donde van siempre los escritores, en búsqueda del misterio que el hombre encierra en sí mismo. Si Dante y su “Divina Comedia” fueron al averno, Fiódor Dostoyevski, después haber salvado su vida frente a un pelotón de fusilamiento es traslado a cumplir 4 años de prisión hacia la fría Siberia y es acá donde convivió con presos de verdad, muchos asesinos de profesión, otros por instinto. Con ellos conoce el alma humana, no la juzga, no, intenta comprenderla, y puede que en este detalle su personaje Raskolnikov cobre riqueza al sentir el peso de la culpa en sus hombros. Sin culpa dudo que la trascendencia de la obra siguiera colmando hoy día a miles de lectores y escritores. No es en vano que Fiódor en la cárcel sopese el concepto de la redención en sus compañeros de celda.

Desde la pantalla del televisor del bar estaban trasmitiendo la serie nacional de pelota. El pitcher golpeó al bateador con un pelotazo, este le lanzó el bate y corrió hacia el pitcher iniciándose así una trifulca tumultuaria entre los dos equipos. Cortaron la trasmisión del canal y pusieron un reportaje sobre el cuidado a los océanos: pececitos payasitos se reproducían en armonía. En el bar todos gritaron al unísono miles de improperios. Apagué el cigarro en el piso y el empleado me hizo señas de que faltaba poco. La gente seguía gritando. R seguía ahí, en el otro extremo de la barra, solo, mirando hacia la pantalla de vez en vez, hierático, aislado del entorno, alzando el vaso de ron con temblores en su mano. Al verlo viajaba hacia aquella noche donde escuché los gritos más horrendos de mi vida cuando la madre de A y familia cae en cuenta de que el asesino cumplió su propósito. Nadie supo quién fue el asesino. R había sido el último en ver a A durante el día y por ello es interrogado por los oficiales y no aguanta más de una semana y cuenta toda la verdad, cómo lo asesinó, cómo agarró el extintor, en qué lugar se escondió, sin embargo, nunca dijo los motivos, solo dijo dejarse llevar por los mandamientos del alcohol. R fue sentenciado a 20 años de prisión, pero por buen comportamiento cumplió 14 o 15 años. R nunca volverá a ser el mismo. A siquiera tuvo el chance de seguir siendo A.

Yo nunca he sido fan a las historias de asesinos, no por pudor, sino porque de alguna manera las he visto como universos limitados, que en ocasiones se centran solamente en el final que da un hombre a otro, cuando en realidad lo que busco yo en las novelas es el ambiente que rodea a los personajes: su sociedad, los demonios y deseos de ese trozo de tiempo que significa al hombre y vale aclarar que tiempo es el gran reto de cada autor, al menos los serios, los graves, no importa si el éxito los acaricia, ese es otro tema. Dostoyevski, no sé si estaba consciente de lo que estaba logrando al exponer la historia de un asesino y una sociedad. Es la ciudad otro protagonista, San Petersburgo donde ya se estaban gestando las condiciones para que emergiera décadas después el inicio de aquella revolución que iniciaron los comunistas ante tanta injusticia, que lamentablemente replicaron en manos y orden de Stalin. Octavio Paz dijo que el tiempo, es decir el presente, supone la existencia de un tiempo más vasto que contiene al presente, un tiempo que contiene a nuestro tiempo. Por ello creo que Dostoyevski logra ser de nuestra actualidad, pareciera auténtico, es distinto a Tolstoi, no le importa narrar el tiempo bélico de su geografía, no le importa la épica, pareciera todo lo contrario a Homero, sin embargo, disecciona las almas y es nihilista, por ello que Nietzsche se inquiete por el escritor de “Crimen y castigo”.

Acá tiene su botella, dijo el hombre y saqué la cartera. En la televisión trasmitían una entrevista al presidente ruso, Putin, pero no se escucha, le han bajado el volumen. Alguien gritó que pusieran reguetón, a Gente de Zona o a Chocolate MC, o a José José o que apagaran la televisión. Justo antes de salir del establecimiento, mis ojos se detuvieron ante el gesto inclasificable de R, el amigo ex convicto. Levanté la mano y me despedí. R, enseñó de nuevo el puño y elevó el pulgar. En calle justo antes de dirigirme hacia donde estarían esperándome con ansiedad los amigos escritores, par de perros peleaban con vehemencia y sangre alrededor. Los transeúntes detuvieron el curso para comentar cuál de los dos perros habría de ser el más fiero, el posible vencedor.

Llegué donde los amigos. En ese momento la charla sobre el escritor ruso se había simplificado a la posición de Rusia y la llamada “operación militar”. Uno de mis amigos, sentencia a Putin de antisemita (Dostoyevski odiaba a los hebreos), otro lo contraria y un tercero dice que el presidente de Ucrania es judío. Por último, cambiaron la conversación hacia Salinger y su novela “El guardián en el trigal”. Esa noche, tuve una pesadilla. Soñé con el pre-universitario, A apareció de repente, estábamos en un segundo piso vestidos de cadetes, ya habíamos terminado el horario docente. A me pone una mano en el hombro. Yo sonrío, no sin caer en cuenta de que A está muerto. A señala hacia el piso de abajo. R es el jefe de compañía y centenares de jóvenes soldados responden al heterónimo de Rashkolnikov. Cerca el Kremlin, nos observa majestuoso. El sueño terminó cuando de pronto la imagen de una tijera corta de un solo filazo la hoja de una hierba. Desperté y miré el reloj, eran las 3 de la madrugada, cerca del reloj estaba la novela “Crimen y castigo” de Fiódor Dostoyevski.

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