Anisley Miraz Lladosa

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Anisley Miraz Lladosa
Anisley Miraz Lladosa

Eventos simultáneos

I

A veces en la bruma,

me parece escuchar

que mi perro entona himnos

sobresaltado por la finitud, 

y muere contra la luz una cigarra.

Cuán histriónica voz,

cuánta mala existencia es la palabra.

Quién sostiene mi umbroso pedestal,

qué inesperada aurora la que viene

a rebatirnos hambres y otras deudas.

A menudo en la noche,

escucho a una cigarra que afina su vacío

y veo también,

donde todo es finito,

a mi perro morirse

sin lamentos.

II

Ordeno ante mí las doce sillas.

Me llega la armonía de Kitaro

y adjunto mis recuerdos

que son como almadraques.

Doce espacios, tal vez hay doce monos,

doce timbres en la memoria gris del siglo,

doce festines para los Evangelistas

que conceden la convulsión y el cáliz,

la soledad terrible del último milagro.

Doce cánticos no me llegan del mar,

doce mares no alcanzan esta única voz…

yo ordeno ante mí las doce sillas

mientras viene de cerca la melodía oscura de Kitaro,

otro silencio que ya no sé como guardar.

III

Yo me vuelvo indolente, responde el árbol

pump and dump, engañado,

cuando lo convencieron que no había talada,

que el agua podía milagrearse en buen vino.

Yo no asisto a mí mismo, ni siquiera sucumbo…

El árbol cae, se deshace en su propia caliptra,

mañana no habrá ceremonias:

pavesas quedarán de su antiguo follaje.

La añoranza de quien vino a cortarlo

origina en el polvo

dos sangres paralelas.



Algoritmo simple

Si no importa a Leviatán la podredumbre

de los tiempos que vienen,

ni a Dios atañen los sabuesos hambrientos

detrás del Hombre Fiel,

¿por qué, pobres mortales,

habremos de escoger-contra-la-espada,

cara o cruz, mártir o estrella?

Así como no ignora el homicida

los arcanos que pudo descifrar

antes de su sablazo,

así como la plata de las cremeras

oculta los humos de alguna extremaunción,

así la lluvia hociquea hasta hallar el gusano

cebado por el lodo y la costumbre

e inadmisiblemente lo abrillanta.

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Anisley Miraz Lladosa


Ya no será la misma partícula elemental

Si las puertas de la percepción quedaran depuradas,

todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito.

WILLIAM BLAKE

Cuando terminamos de escuchar a Olimpo

siempre nos vamos al malecón.

En mi ciudad no hay malecón: hablo de un simulacro,

una de las nominaciones que damos a la noche,

a hablar de buena música y de arte,

emborracharnos y vivir.

Los bajos de la gran escalinata son nuestro malecón,

nuestro amigo del tiempo inmemorial,

la esencia que nos conduce nuevamente,

como transporta el cacto la conciencia

de los indios norteamericanos.

Pero no hay veneración en nuestro rito:

hablo de un área para que el tiempo huya de sí mismo,

hasta que el último perro vagabundo

se haya marchado detrás de las patrullas,

hasta no envejecer más que un centímetro.

Los indios veneraban su raíz, su peyotl;

nosotros solo inventamos que ha crecido

un cacto en la gran plaza, frente a los vigilantes,

una razón para que a pesar de todo

Jaensch, Ellis y Mitchell

reinicien sus ensayos con la mezcalina,

y entre las piedras siembren tunas.

La mezcalina cambia la razón;

el alcohol me devuelve a mí misma,

una vez y otra vez.

Los químicos no se limitan a aislar el alcaloide;

aprenden a sintetizarlo,

de forma que las existencias no dependan

de las dispersas entregas de los cactos.

Unos se acercan a los otros,

algunos trepidan y se entregan;

yo sigo solitaria, sigo en blanco.

Los alienistas se dosifican

movidos por la esperanza de llegar,

a una inmediata comprensión.

Mientras, una coreana llamada Po

alza sus piernas a la noche

y el estudiante de cine la besa en el cuello

y todo se concentra en el vacío del kimono,

justo donde comienzan sus piernas amarillas…

Cada filósofo bebe mezcalina

para ver qué luz arroja

sobre viejos enigmas no resueltos,

mientras intento comprender

la relación entre cerebro y conciencia,

entre el escultor de los policromados

y la triste putica adolescente,

entre un bailarín y la buena madre ebria,

entre la sombra de Jimmy Hendrick

y el fantasma de Jimmy Page.

En contextura,

el alcaloide se asemeja a la adrenalina.

Y el eficaz cornezuelo del centeno, alucinógeno,

tiene con ambas intimidad confiable.

Y hay semejanza

entre el fotógrafo Lannister y el rastafari atribulado,

entre el saxofonista y la vieja redactora neoyorkina,

entre Eva de Nightwish y la primera Eva.

Lo mejor de estar aquí, en el malecón,

es intuir que nunca estamos solos,

aunque sí, aunque lo estemos.

Y que Aldous Huxley ensayó para nosotros

que en toda circunstancia volvemos a estar solos.

Los mártires entran en el circo tomados de la mano,

pero son crucificados aisladamente.

Así mismo, la hija del fotógrafo y el vendedor de carne,

mi cabeza y Nargaroth en mi cabeza,

Dorian Shainin y Dorian Gray…

Abrazados, intentan los amantes

fusionar sus éxtasis en auto-trascendencia,

pero en vano.

Cada espíritu con una encarnación

va condenado a padecer-gozar en soledad.

Así mismo, puedo estar dispuesta y desearlo,

ingerir cuatro décimas

aunque nunca parezca suficiente,

aunque nunca parezca:

la comunicación de nuestros mundos-islas

subsiste inacabada… Es análogo aquí,         

en la ausencia del cornezuelo de centeno,

en el alcohol que se desagua

cuando hablamos de oficios y existencias,

como si no se hablara de algo extraordinario.

Hay un lugar aquí, habitado y vacío.

Hay un poco de espacio en la memoria,

pero ha perdido predominio.

La mente no se interesa en las colocaciones,

sino en el ser y en su significado.
Y junto a la indiferencia por el espacio,

hay abandono completo por el tiempo.

Solo saber decir hasta aquí llego.

Saber cómo decirlo…

Cuando terminamos de escuchar a Olimpo

siempre nos vamos al malecón.

En mi ciudad no hay malecón, solo un simulacro,

una de las nominaciones que damos a la noche,

a evitar los cocteles privados,

a hablar de pintura y libros negros,

embriagarnos y hacer todas esas cosas juntas…

Pero el hombre que regresa de la Puerta en el Muro

ya nunca será el mismo que salió por ella.

Tal vez más erudito y menos engreído,

estará más contento y menos satisfecho,

reconocerá su ignorancia humildemente,

pero equipado para comprender la relación

de las palabras con las cosas,

del razonamiento con lo insondable, sin llegar a comprender del todo.

Tautología

Alguien ha muerto en mí rotundamente.

Alguien que espera ser juzgado

ha muerto debajo de mi piel,

en el vocablo que mi lengua no predijo,

en los valores de una verdad sujeta a cambios,

a implicaciones opuestas, a bicondicionales peligrosas.

Desciende este cadáver, contrafactual, histórico,

a la mujer que no presumo

y acomoda en mí sus vértebras extintas,

mientras sostengo una verdad

más ancha que observable.

Alguien ha de morir por no estar solo,

por sinestesia análoga.

Casi rotundo golpe de certidumbre,

universo posible, no evitará sus párpados.

Así que ya no existe soledad en los vigores

de quien cierra sus ojos tautológicamente

para morir de páramos e imperios,

de tundras y desiertos simultáneos,

para morir en mi piel con lapsus de memoria,

tras el axioma que mi lengua no dijo.

Muero cada día de alguien que no soy yo

y que se está muriendo,

                                alguien que sufre el mismo miedo,

confunde las heridas con dendrogramas simples,

algoritmos de clustering,

caminos que llevan a la cuerda real

esa que en el contexto solo es

un reflejo tensado sobre el agua,

un hilo que a las bestias comunes

sostiene sobre el mundo.



Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Anisley Miraz Lladosa

Daguerrotipo Hileformista

La madre de la foto es una niña.

No es madre y qué le importa el extravío,

tan solo esos pequeños zapatos de volar.

Ella ignora el albur; no sabe de los ánodos

que en medio de la nada crean la oxidación.

No sabe diferenciar entre materia y forma.

Solo contempla el piélago que ante ella se alarga,

la imaginable savia de que está hecha la casa de madera,

y el aire lame en su pequeño rostro

el magma de una isla no volcánica.

La madre de la foto desconoce que es madre,

que un día de ciclones yo sería dolor,

el más intenso desde que el litoral quebrara sus rodillas…

Mi máter, esa que posa ingenuamente,

solo avista en su estructura corpuscular la arena tibia.

Algún día le será imposible distinguir

entre fotopsias y ceguera.

Algún día le costará trabajo comprender que después de vivir, no queda tiempo



Bajo presión

a mis padrinos Ángel Luis y Lourdes Ramírez

Un hombre como tantos abandonó el país.

Abandonar un país cualquiera no gana arbitrio,

no es una gran noticia. 

Pero no se trata de partir desde otro paraje,

se trata de este,

asta ciclópea en que estoy varada sin poder dar un paso,

sin atreverme a volar o caer.

Un hombre como tantos dijo adiós.

Era De Aquí; supongo

que en aquel lejano año en que se fue,

su asta de encallar a mansalva no era tan peligrosa.

El hombre como dije se fue por un tercer país,

por un cuarto país, por un futuro.

Se llevó a la madre de sus hijas

y a dos bellas muchachas a punto de florecer,

llenas de acné y de sueños.

Se llevó ropa nueva para las ocasiones que vendrían,

para llenar los armarios iniciales,

para presentarse en las postreras fábricas.

Se llevó un abismo.

Ese hombre, mi tío, se fue en el año de mi nacimiento,

apenas tiempo para sostenerme en brazos

mientras el cura dominico

dejaba caer su agua bendita sobre mi cabeza de ocho meses.

Mi padrino apenas alcanzó a bautizarme aquel verano,

uno de esos domingos en que la Delegada

multiplicaba odios en su cartapacio,

anotaba y condenaba tantos nombres,

nombres de maestros que creían en dios porque dios existía

aunque dijeran que la religión era la adormidera,

el veneno oscuro, la droga narcótica de los pueblos.

Mi padrino y su hija mayor me bautizaron y dijeron adiós

con un miedo terrible a que fuera absoluto,

fundamento del ser trascendente obligado a partir,

obligación concreta que impone la distancia.

De este lado, ya no sobre el asta sino abajo,

se quedaron sus padres, ancianos ya,

marcados para siempre con rúbricas de sangre.

Mis bisabuelos lo dejaron partir,

lo vieron irse con su mujer e hijas sin mirar hacia atrás,

solo con la promesa de regresar un día,

cuando ya no se sumaran condenados

a los cuadernos de la reprobación, a la simulada Historia.

Les había dicho que vio ondear la bandera,

antes de que otros en el país lograran verla.

Les había dicho que bajo esa bandera no.

Y mis bisabuelos lloraron esa vez.

Y lloraron hasta que un día volviera de visita

el hombre que triunfó

y logró tener acciones en una factoría

y una casa de verdad sobre la tierra

donde siglos antes Juan Ponce de León

buscara la fuente de la eterna juventud.

Ese hombre, mi tío, hijo de mis  bisabuelos,

logró escapar a tiempo

del azote de la insignia,

de la caída estruendosa de un mástil

donde se izó la bandera roja

de la hoz y el martillo.