Dayana Margarita Pomares

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Dayana Margarita Pomares
Dayana Margarita Pomares

La casa huele a especias

hierba buena como promesa,

frente al altar del invierno.

Este blues me tira al suelo descalza

Llegar a la cama es más complicado en invierno,

tropiezo con los deseos de arropar un hijo,

pero Nina Simone, canta un blues

y le susurro un cuento, la veo cerrar los ojos.

Cuando más intenso es el frío,

Simone, acaricia mi rostro,

adormezco en los sillones,

en espera de olvidar tempestades

Un tímido resfriado de vez en vez

me hace contar la historia

del humo en las tazas,

líquido y limón en obra,

parecida a ciertos miedos.

Las hojas se mezclan,

se conquistan entre sí,

Simone canta,

no por eso le temeré a la muerte.

Es invierno, quizás no,

escucho un blues,

olvido mi nombre,

llevo el pelo suelto,

creo poder llamarme Margarita Anderson.



Los ojos de mi padre,

recuerdan tras el lente de la cámara,

hoy no es Etiopía, pero si el intento de una foto

que lo salve.

Padre busca el mejor ángulo,

alejado de dejarse vencer por la cocina,

el vicio y la ceguera de su madre.

Otro cigarrillo.

En la foto no estará la falta de apetito,

la enfermedad en la piel,

los mosquitos, ni las balas,

tampoco las quejas del vecino,

los asuntos de gobierno

Patria de rojo, con un trozo mordido.

El obturador suena,

y mi padre le sonríe al vecino,

que no conoce Etiopía.

Suena y opaca las lamentaciones del hambre,

aquel niño, que hoy quieren hacerle creer que es su niño,

aquel perro, que hoy o mañana puede ser adoptado,

aquel viejo que no es mi padre.

El vecino sigue quejándose,

pero hoy no es Etiopía.

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Dayana Margarita Pomares

En la cocina se acumulan los platos,

la muchacha piensa en París.

Nada como las luces bajo su mirada,

sus ojeras entre el filo del cuchillo

y el aburrimiento en los cafés de Londres o Venecia

La cocina es un mundo,

los platos recuerdan su redondez,

las Alamedas de París

Mientras en la cocina los platos se acumulan,

un hombre ama a una muchacha con ojeras

que gusta del café

y no conoce París, Londres, ni Venecia.



Mientras lees la suerte de los pocos,

pronuncias a Marx

en algún sitio de la casa

Yo pienso, creo existir.

Odio doblar los pañuelos para hombres,

lavar blúmer, cocinar.

El olor del café

me grita la realidad cansada de los vicios,

las ganas de no encontrar en tus manos “El Capital”

Entonces,

me pregunto por otras mujeres

¿Cómo pueden llevar la piel sin tatuajes

el vientre con hijos?

En algún sitio de la casa,

amo escuchar tu voz,

pero odio doblar pañuelos.

Yo, mujer y negra, y sin hijos,

soy una abstracción de la muerte,

una tarde en que Dios no nos visita.

Existe otro ruego en el altar

soy todas las grietas,

una melodía en el derrumbe de los espacios,

fango para otro, prueba de fe,

más allá de las cantinas.

Existe un hambre que se distorsiona

con el ruido de los peces,

otros misiles que caen,

en esa parte del mundo que no nos duele,

en la raza de los hombres que ciegan nuestros ojos.



Ella lleva perlas que pronuncian

la muerte en su cuello.

En el bar, pide un coñac,

sale a escena con una palidez soberbia

esta vez no se detiene en Diego,

desde el abandono, raja el vientre,

palabras envueltas en un rojo acrílico,

intenso como esa sangre, bohemia como el destierro.

No será el intento lo que se ponga en ese piano,

en el velo discriminatorio de ser mujer, vestir de hombre.

Este puede ser otro accidente, otro aborto

un alivio en los labios de hembra.

Observada eres, desde la pared de esa cantina

por la foto de un capitán que movió los vientos,

del cual solo sabía el mono,

y siempre la fémina, la mujer

que te vibra.