Elizabeth Casanova Castillo

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Elizabeth Casanova Castillo
Elizabeth Casanova Castillo

IX

Por Storni, Girondo, Neruda y Lorca
Una ciudad sin baba de luna al margen del río,
sin alambradas de pan de azúcar en la bahía.
Una ciudad que no sufre el crepúsculo,
sin alturas desde donde entre la noche de hojas,
que no labró el centro de los pinos.
No le das tiempo al silencio de hacer gárgaras,
pero estas allí pegada a tu horizonte,
sin aldabas, sin guardián.
Te celas a ti misma sobre la sal que te falta,
ciudad, que nunca vuelve a la indiferencia del océano.
Tu gente es tu océano desmedido,
quienes le otorgan la humedad a tu luna.
Una ciudad que no me pone a dormir
sobre lo cotidiano del recuerdo.
Una ciudad, con el susurro,
de los senos al rosarse.



XV

Mientras la vida embiste
el poema reclama ser escrito.
¿Qué más ofrendar?
¿Por qué la ofrenda?
Si con mis años,
el juez no entiende los desvelos,
me declaro culpable de soberbia.
Me persuade la hermosura,
cuando una roca y las cadenas
son la carne de mis hijos.
Entonces, ¿por qué acusarme de soberbia?,
si el peligro insiste.
¡No caben tantos dioses en el cielo,
no tengo tantos muertos de mi lado!
El fuego, la manzana, la belleza,
todas inscriben ataduras.
Entonces, poeta, ¿por qué el poema?
Entonces ciudad, ¿por qué tus puertas?

Poemas de la serie:

Poemas sin ciudad

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Elizabeth Casanova Castillo

XXII

Las ciudades envejecen,
se hunden en una semana sangrienta,
en el decline prenatal de su vanguardia.
Las revoluciones también se ponen viejas,
dormitan largas horas como vegetando.
Acumulan generaciones para la conquista,
mas se inundan de pereza,
de tantos que hacen piras con su cuerpo.
Una brecha abierta entre la ciudad
y su vejez,
arrugas interminables como desfiles del gentío,
escaras por donde se filtra el líquido de la vigilia.
Las calles tiñen canas,
más la cáscara caduca de los años
las delatan en su esfuerzo.
San Antoine se despedaza de una vez,
de una vez y para siempre,
como Vyorg.
Duele ver una generación sin nombre
esquilmándose el espíritu en cada verso,
en cada estatua y sinfonía,
en academia y manifiestos.
No quiero manifiestos en mi lucha,
la prefiero implacable,
sin parlamentos que adormecen su belleza,
sin la vejez de las profesiones públicas.
Las ciudades viejas se traicionan
como vanguardias autocomplacientes,
como vigilia traicionera
entre la desnudez y el frío.
El barrio de la revolución es como el hombre,
demasiado cuerdo para vivir después del frío,
junto al frío y la guerra repetida.
Por eso huyen las vanguardias,
la revolución y la ciudad.
Buscan una tierra cálida,
un lecho donde esconder los adormecidos miembros,
donde los disparos se conviertan en panfletos,
allá donde la guerra no mire directo
a los ojos del que muere.
Allá arriba hay muchas cajas
para los culpables de vejez,
para guardar los viejos nombres de sus calles.
Una brecha abierta es la revolución,
implacable como cada verso,
por eso no quiero
manifiestos en mi lucha.

XXI

Lo que somos va a morir al río.
Se arrastran hacia él, en bolsas plásticas,
los restos que escondemos.
Pretenden no mirar la sangre,
toda la sangre en el agua
y el agua cercenando lo que queda de ciudad.
Se derrite el frío y el frío es corriente
que ahora lava las suelas y fosiliza cráneos.
Al canal de la ciudad vienen nuestros muertos,
allí les llevamos velas,
sentimos en las aguas el hedor insoportable de sus restos.
El río de una ciudad es su informal cementerio,
vertedero de necesidades, dejaciones y secretos.
¿Cuántos dientes perdiste por el hambre junto al río?
Él, se alimentó de toda tu aversión,
engordó sus peces, oscureció su manto.
Solo la ciudad recuerda.
Las aguas responden al instante
y se abandera el olvido en el fluir.
Solo la ciudad guarda tus dientes caídos
en algún sitio ya cubierto por el espesor del tiempo.
¡Dichoso quien sepulte sus dientes en el polvo!
Conservará una identidad en tierra y yacimientos,
mas el agua, es traicionera,
sabe crecerse en su venganza,
inundar, podrir paredes.
El agua se desquita contra nuestros muertos,
porque vamos a morir al río,
en bolsas plásticas,
junto a los restos que escondemos.