Jorge Garía Prieto (Poe Cid)

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos al Poeta Jorge García Prieto (Poe Cid)
Jorge Garía Prieto (Poe Cid)

Hoy la cabeza de mi hijo sangró

Se ha tatuado en la cabeza

un círculo más grande que su encéfalo.

En tinta roja

el círculo encierra la primera vocal

papá -me dijo un día- arrastrándola dos veces

y dos veces tuve corazón esa mañana.

Anarquía, balbucea, anarquía

Está predestinado a repetir esta vocal.

A mi hijo no le interesa saber en qué consiste la anarquía

sólo quiso un tatuaje en la cabeza.

La cabeza de mi hijo llegó al mundo

primero que su llanto.

Desde el vientre saltó como el corcho de una sidra.

Luego el tiempo

lo ha convertido en un jabón.

El jabón se escapa entre las manos, se estrella contra el piso,

queda en las manos la espuma.

¿Qué hacer con esta espuma que endurece?

La cabeza de mi hijo es un jabón que ya no sabe limpiarme.

Anarquía, balbucea…

Y lo miro mientras se mira en el espejo el círculo.

Inconforme se ausculta todo el cuerpo.

Le presiento un triángulo en la espalda,

un óvalo en la frente,

un rectángulo en la sombra.

No es una cuestión geométrica.

También he descontruido mi cuerpo para construir mi

                                                                              / identidad.

Anarquía, balbucea…

Se marcha.

Deja en el jardín un círculo de fuego

por donde salto como un tigre de feria.



He buscado en el diccionario

la palabra hijo

y no he tenido el valor para encontrarla. Me detuvo

la fuerza de esos cuatro puntos cardinales, cuatro

precipicios que conducen a un sólo estrellamiento.

La palabra hijo resulta una naranja: hay un cuchillo

sediento en sus morfemas.

De hijo, amaba los diccionarios, de padre comienzo a

odiarlos lentamente, como quien odia al búfalo que

habrá de someterlo, o al instantáneo chasquido de una

polaroid dispuesta a eternizar.

Poemas del libro: El lado sano de la lágrima

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos al Poeta Jorge García Prieto (Poe Cid)

(Dos vírgenes encintas y tres lunas y una escama

reclaman sus derechos, un aplauso quizás, yo levanto

las manos como una marioneta para que el viento las

escuche.

Un vendedor de caballos y un pescador de lunas han

venido a matarme pero no se atreven a entrar vivos en la

muerte.

Preguntan cuál caracol puede esconder mi espalda, qué

pájaros la habitan, dónde el foso y qué reptil pudiera ser

mi sombra.

No me dejan morir tranquilo, me descoso los párpados y

abro la boca para que respiren el alacrán que escondo.

Ellos no saben vivir si no me enjuician. Han traído al

verdugo, su capucha es una cáscara vacía, sus manos,

catorce botellas de mi sangre.)




He tenido que arrancármelo del pecho,

lanzarlo envuelto por mi sangre vida afuera,

de nalgas repicando contra el mundo,


y es una frialdad de iceberg que nunca se derrite.

La boca del cráter me chupa la camisa,

el equilibrio me olvida, he tenido que lanzarlo

como una piedra lisa sobre el cristal del agua.

He cerrado los ojos para no perseguirlo.

A veces sueño que llega, trepa,

se acomoda en mi hueco como una oruga.

Intento acariciarlo y la mano

atraviesa la cáscara del huevo donde duerme el vacío.

Tengo amigas que han dejado caer sobre mi cráter

las aureolas más tibias,

las trenzas indefensas, carretillas de muslos.

Hay amigos en fila para intentar sobornarlo

con ediciones príncipe,

cajones donde el mar es un cuadrado.

Todo es inútil, los murciélagos se guindan de mi hueco,

el dolor le confunde los bordes con el marco de un espejo,

la humedad gesta sus hongos.

Un hueco así

no puede rellenarlo ni la muerte.

Hoy mi hijo se ha tatuado en el rostro

de un demonio en su nombre. En fila, alineando el sufrir,


como las fichas de un juego de dominó, aguardamos el

grito volcánico que nos hará caer.

El alma gelatinosa de mi hijo se condensa, es un viaje

al estruendo, un espacio donde lo único que brilla son

dos ojitos enrojecidos, dos puntas de cigarros entre la

oscuridad.

Nuestras piernas se doblan como los tallos de unas flores

bruscamente arrancadas.

Nuestros cuellos interrogan la tierra.

Somos girasoles llorando sus semillas.




Cuando salto por el círculo de fuego

suelo caer sobre el amor si hay luna.

Intento saltar mientras la noche brilla, conviene

caer sobre el amor. Yo salto y otra realidad comienza a

                                   / dibujarme.

Más allá del círculo me recibe otro círculo,

allí mi reino,

mi hijo dándole la espalda a la tijera, hijo con piel, bebiendo                                              / agua.

Desempolvo sus pulmones sin miedo a contaminar el cielo.

Lo duermo en las rodillas, lo dejo soñar,

es sólo un niño, pero es mucho más que una constelación,

es la semilla patria, el fuelle que sopla para que el fuego bese.

Le canto mientras sueña,

no le tiembla la aurora,

su vientre es como el mar cuando se aquieta el viento

y en sus párpados puedo adivinarle el corazón, sueña

                                    / tranquilo.

Aunque no existas te voy a amar, aunque los escorpiones

                                  / me cubran,

voy a nacer amándote,

serás verde por siempre, muere de luz para que nunca

                                 / heredes

el círculo que arrastro.