Rosamary Argüelles

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Rosamary Argüelles
Rosamary Argüelles

En el umbral me atengo ante el dominio de mi casa

despejada de los menudos que gobiernan el mundo;

los de fuera no comprenden mi alegría,

creen dominar la riqueza,

y desconocen que mi casa florece de miseria

solo ennoblecida por la sonrisa de mis hijos,

sus manos intentan atrapar el polvo que reluce en el haz de luz.

Pobre esa gente,

que nos da caza para envolvernos

creyendo conocer el mundo lejos de sí;

cuando cierro la puerta

los detiene el umbral,

callan, tan lejos,

que los niños no paran de abrir sus manos en la luz.



En este pilar de madre que declina carcomido en artritis,

sonríe el dolor a pesar de las manos ofrecidas de los hijos, pero ríe.

Los gritos cuelgan entre carcajadas,

siempre hay motivos para reír de dolor.

En mi horario de llorar, cocí las pañoletas,

miré las hilachas de costura que me hacen reír

hasta que la carcajada pasa, y después, cuando los niños ya estén en casa

Poesía cubana de la mejor en este recital poético de Alta Literatura, donde les presentamos a la Poeta Rosamary Argüelles

Firme, sostengo lo que fuere el puntal de la casa,

con él en la mano golpeo cada rata,

las quiebro queriendo matar cada miedo,

no deben despertar la inocencia,

cada repulsión sujeta a este Quijote,

contra la realidad que enfrenta una mujer-casa

que mide las entrañas

para nombrar con un miedo cada rata,

ponerles el rostro enemigo y eliminarlos

como pobres cuerpos apilados por mi odio.

Las pastillas me ayudan a estar, eso creo.

Cuidan mi espalda

imitando mi era, de alguna vez.

Esbozo una sonrisa y justo al diluirse

el dolor se impone y mis hijos claman.

Como cebando una fiera,

tomo pastillas, me vuelvo tonta,

nada es indiferente.

Una, y otra, otra más… me ayudan a seguir.

En mis prolongaciones,

las versiones que soy existen para ellos,

calma pensarlo,

con mis hijos plenos de la cena,

con mi estómago lleno de pastillas,

para dormir,

aguantar,

no creer,

alimentarlos para seguir malviviendo,

y dejarles mi sonrisa perfecta,

hasta la próxima dosis.



Limpio mi casa con los ojos en la bandera,

ella me devuelve la mirada desconcertada en mi hacer.

Si yo fuera bandera le diría al viento cómo batirme,

quizás piense en ser una mujer que no limpia.

No puedo dejar de mirar mi bandera,

verla ondear me llena de un irracional orgullo.

Una mujer que limpia sueña con tener una bandera grande,

descolgada en el balcón presidirá mi inconstante limpieza,

las noches que el asma ahoga a mi hijo,

cuánto añoro la vuelta de mi hija.

No, no es patriotismo,

le dará a muchos razón de mi demencia,

la de una mujer que distribuye cacharros cuando gotea el techo, y solo pide, su bandera.