Diane Lyx

Cuento de Dine Lyx como parte de los escritores cubanos en el recital de narrativa corta en Alta Literatura. Es una muestra de excelentes escritores de los relatos cortos de Cuba en estos momentos.

Doméstica

Cuento de Dine Lyx como parte de los escritores cubanos en el recital de narrativa corta en Alta Literatura. Es una muestra de excelentes escritores de los relatos cortos de Cuba en estos momentos.
Diane Lyx

Hundí mis brazos en el detergente. Tomé la ropa y comencé a ponérmela, mientras hundía la cabeza en la espuma. Entré a la pasta de tela y embudo. Roté con la propela en su duro batir. Mi pecho se trabó en la paleta; lo solté y enrollé como una caracola; me deshice. Sorbí el caño para que los fluidos del tejido desgarrado descendieran. Destupí el tragante que insistía en atragantarse. (Yo me había bebido el color que me tocaba con su temperatura, hirviendo hacía mucho tiempo ya: mi primera vez. Ahora solo quedaba el esfuerzo):

Restregué los ojos. Rebané a los ahorcados que pendían de mi lengua deshilachada. Enjuagué dientes y manos. Las piernas, que aún pataleaban afuera como peces, se cruzaron y torcieron el cuerpo para exprimirme.

Tendí en el patio, alzándome con la verga de madera. El viento me sopló en muchas direcciones. Cuando estuve seca, descolgué las axilas y planché el pelo.

Descalza, me tendí y estiré en su cama; desabotoné los dedos engarfiados por el jabón y el uso. Abotoné la voluntad; desanudé las caderas y le dije

—Aquí estoy: Azul, como a ti te gusta.

Cuento de Dine Lyx como parte de los escritores cubanos en el recital de narrativa corta en Alta Literatura. Es una muestra de excelentes escritores de los relatos cortos de Cuba en estos momentos.

Perlas a las puercas

Mi padre dice que mi madre es buena perla (ella es blanca y se pinta de rojo para ir al pueblo) y también que es una puerca. Que se cree muy inteligente y ella grita que no es doméstica y no lo será nunca, que con la que tenemos es más que suficiente hace de todo y me tira contra él.

Le da la espalda y abre la puerta, pero afuera solo se ve por un instante porque él la agarra por el pelo tan bonito y la sacude contra la pared, hasta que la madera se mancha y ella cae; él la carga «y los novios entran a la recámara nupcial». Él grita

—Limpia eso y cállatesale y tranca.

Limpio mientras oigo a las puercas. Enjauladas porque comen niños, me lo dijo él, porque les gusta la sangre, me decía cuando yo me negaba. Y las escuché armar un gran escándalo. Escuché el ulular de las puercas restregándose salvajes, disputadoras.

Cuando los tipos azules vinieron, mi padre, muy compungido. Les mostró la casa y los alrededores y que, pobrecita, parece que había tropezado; y que ella a veces lo hacía por él, echar la comida, que él estaba recogiendo los frijoles y que la niña había ido a avisarle. Ellas estaban juntas. Pero cuando él llegó ya no se podía hacer nada. Me miraba y lloraba, pero yo distinguía sus ojos detrás de las lágrimas. Los tipos nos miraban con lástima y un poco de horror, le palmeaban la espalda; pero yo lo veía sonreír, aunque ellos no lo vieran. Sonreía como cuando yo me negaba, y él me enseñaba el corral de las puercas y pronunciaba sus nombres. Una por una.

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