Sonia Jiménez Socarrás

Cuento de la escritora Sonia Jiménez Socarrás para el recital de narrativa corta cubana en Alta Literatura. Aquí tendrán una muestra de excelentes escritores de los relatos cortos de Cuba en estos momentos.

Amor secuestrado

Cuento de la escritora Sonia Jiménez Socarrás para el recital de narrativa corta cubana en Alta Literatura. Aquí tendrán una muestra de excelentes escritores de los relatos cortos de Cuba en estos momentos.
Sonia Jimánez Socarrás

Despertó y se sentó en el borde de la cama. Colocó sus manos en la cabeza, apoyándose en las rodillas. Todo había salido de acuerdo al plan: el paquete se encontraba donde le informaron, solo tuvo que pasar con el auto y recogerlo, llevarlo lejos de la ciudad y mantenerlo oculto hasta que avisaran.

Pero hubo un inconveniente. La llamada para entregar el paquete en un lugar convenido se transformó en una de eliminación. El corazón le falló: sería ladrón pero no asesino.

Huyó con el bulto, no obstante, los empleadores no estuvieron de acuerdo y comenzaron a perseguirlo. Días y noches sin dormir: el precio que debía pagar por su debilidad y por mantener el paquete con vida.

Sintió unos dedos rozando su espalda. Volteó el rostro. La mujer lo miraba con el cabello sobre los ojos, sonrió. Él hizo lo mismo. Era la primera noche que dormía tranquilo desde el escape.

Los verdes ojos lo cautivaron, por ellos daría la vida.

Tarde

Terminas de hacer el inventario de los medios básicos de la empresa. Estiras tus delgados dedos de pianista, como si acabaras de tocar una pieza de Mozart o Beethoven, y guardas los papeles en la gaveta del escritorio. Miras el reloj de la pared: 11:58 p.m. Hoy te has retrasado más de la cuenta, aunque no creo que nadie te espere en casa, tus parejas nunca duran más de un mes. Colocas el lapicero en el portalápices, tomas el maletín y apagas la luz del departamento. Cierras la puerta, pero antes le pones el seguro, no quieres que ningún ladrón entre y se robe lo que hay en la oficina.

Avanzas por el corredor. No hay nadie, todo está oscuro por lo que usas la linterna del móvil para alumbrar el camino. De tanto en tanto te volteas, mueves la mano con la que sostienes el artefacto para descubrir tu entorno. Intuyes que estoy a tus espaldas, percibes mi aliento de fuego sobre tu nuca, pero no me ves.

La alarma suena y das un brinco. Es la hora de tus pastillas. Iluminas el interior del portafolios y extraes el frasco. Tomas una, sabes que si consumes más puedes ganarte un pasaje al otro mundo.

Aún así, tus nervios se mantienen alterados. Todavía no te acostumbras a trabajar en la empresa, a las salidas tardías, a los sonidos de “personas que lloran” a tu alrededor cada vez que te vas a casa y caminas por este pasillo.

Mis garras están a punto de cerrarse sobre ti cuando veo que un hombre de camisa y pantalón carmelitas se acerca con una linterna. Me refugio de nuevo en las sombras mientras te apunta con la lámpara.

—¿Otra vez trabajando hasta tarde? —pregunta el panzón.

—Mañana hay auditoría —contestas—, quería tener todo en orden. Ya me marcho.

—Te acompaño hasta la puerta.

El custodio te conduce hasta la salida mientras yo espero otra oportunidad para recorrer tu cuerpo, beber tu sangre y hacer de ti mi marioneta.

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